lunes, 7 de mayo de 2007

Chefchaouen


Sólo dos minutos para trasladarme a Marruecos, ese fin de semana estuvo muy bien y lo tengo presente como si hubiera hace unos días. Tan pronto cruzas el estrecho, da la sensación de estar en un lugar muy distinto, tan solo a treinta kilómetros de Tarifa, aparece una ciudad, Tánger, que parece una ciudad completamente normal, un pueblo hortera o un lugar recién visitado por la guerra... o todo a la vez. Descampados, gente andando o reunidos por todas partes, edificios que parecen en ruinas (pero que están habitados), coches que apenas parece que puedan funcionar sin desguazarse por el camino... hasta una plaza de toros. Era muy curioso.
Un edificio casi colonial
La plaza de toros, sin uso.
Descanso a mediodía en la fábrica

Cogimos un taxi y nos fuimos a Chaouen, nos tocó un tio bastante simpático (Ot eman o algo así), que aunque no nos entendía mucho y siempre decía que sí (igual que todos, como pudimos comprobar más tarde), era muy agradable y nos explicó algunas cosas por el camino (dos horas). El taxi, no hay ni que decirlo, era un mercedes de 30 años, con motor de furgoneta. Vimos algunos accidentes por la carretera, hay que extremar precauciones.

Llegando a Chaouen

Cuando llegamos a Chaouen fuimos directamente al hostal (Gernika), muy agradable y con un malagueño que nos dio breves instrucciones y nos cambió los primeros dirham que necesitamos, estamos casi en el centro de la Medina. Tomamos nuestra primera comida que resultó lenta de pedir, pero con una buena sobremesa en un reservado del restaurante, allí eran dos horas antes, porque no hacen el cambio horario en verano. Luego nos tomamos unos tés con hierbabuena (otro clásico del viaje) y cerramos algunos asuntos que teníamos pendientes.


Las calles de Chaouen, de azul.

Todo era un paseo constante, no te cansas nunca de andar por callejones, de meterte por cuestas estrechas y de mirar hacia las tiendecitas donde la gente sale a tu paso para que entres y le compres lo que sea. Esperamos al segundo día para hacer compras, primero había que echar un vistazo.

La plaza de Uta El Hammam.

Aparte de unos paseos por los alrededores, de estar en una terraza al solecito, de hacer huir a los niños con la cámara de fotos, tomar té y regatear muchísimo, no hicimos gran cosa, pero es que no apetecía en absoluto. ¿Estrés? ¿eso qué es? prisa mata, amigo.

Los niños, agazapados y a la carrera.

Estuvimos en restaurantes, en teterías, en tiendas de especias, en cacharrerías, en la azotea del hostal tomando el sol... Me quedo con un buen recuerdo y muchas fotos que miro aun no habiendo pasado mucho tiempo desde entonces. Habrá que volver, pero esta vez al desierto. Me ha gustado. Si me piden algún consejo, diría que hay que ir, antes de que se convierta más todavía en lo que se está convirtiendo, un barrio de Santa Cruz con una perspectiva demasiado comercial del turista, que no veo mal, pero que le quita un poco de encanto al asunto. Lo único que hay que procurarse es el desplazamiento, lo más rápido y barato posible, porque el resto se puede conseguir allí sin problemas, ya te ofrecerán... de todo, menos alcohol, no está de más llevar algo encima porque a algunos les parecerá magnífico cambiarte una botella por el doble o el triple de su valor en trastos.


La señora maceta se despide

Volveré pronto... Inshalá.

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